Conclusiones

Es difícil determinar en qué casos los medios deberían auto limitarse para no violar las normas éticas ni las leyes. Sin embargo, es interesante escuchar a las numerosas voces que dicen encontrar similitudes entre la sátira de Mahoma y viñetas antisemitas de la época nazi. ¿Estas caricaturas, no han sido más que una provocación deliberada? No se puede negar que desde el principio los periodistas de Jyllands-Posten sabían que resultaban insultantes y que desatarían una controversia. No parecen haber actuado de buena fe sino con la intención de provocar a la comunidad musulmana de Dinamarca. Sin embargo, resulta difícil creer que pudieran adivinar a que magnitud llegaría el conflicto. Pero la publicación de tales viñetas estaba muy lejos de querer cumplir con los mandatos éticos periodísticos de colaborar como el entendimiento entre diferentes pueblos y defender la paz.


¿Era necesario instalar un debate sobre la libertad de prensa por medio de una sátira ofensiva? Acaso, hubiera sido mejor instalar dicho debate de otra forma, con argumentos o ilustraciones que no alimentaran un prejuicio altamente desarrollado en Occidente.


En tanto, la opinión de Vargas Llosa que afirma que los gobiernos musulmanes quisieran ver introducidas en Dinamarca las prácticas intimidatorias, censoras y brutales con las que ellos suelen manipular a sus medios de información resulta bastante desacertada. Esos gobiernos en donde la libertad de expresión es difícilmente respetada, lo que es cierto, han sido implantados de modo brutal por los mismos países occidentales que tantas veces esgrimen una acalorada defensa de los derechos humanos, pero que se encargan de violarlos en el exterior para beneficiar sus intereses económicos. Además, a quienes acusan al mundo musulmán de sobre reaccionar ante las viñetas, es necesario recordarles que en realidad, las viñetas son el último episodio histórico de una larga saga de discriminación y humillación hacia las comunidades musulmanas. A sabiendas de que este descontento creció en este nuevo siglo con el hecho de que varios millones de islámicos son rehenes en sus propias naciones de la dependencia económica o directamente de invasiones extranjeras no justificadas legalmente, o son rehenes en occidente del prejuicio y la discriminación, los medios europeos no deberían haber publicado unas caricaturas que echarían más leña al fuego. No solo dieron la excusa perfecta a millones de fieles a por fin desatar la ira acumulada contra occidente, sino que también brindaron una excusa ideal para que diversos gobiernos de países islámicos reprimieran a medios de comunicación nacionales que abogaban por la modernización y una mayor libertad de expresión o que simplemente criticaban las caricaturas danesas. Es cierto, que muchos países utilizaron la polémica políticamente pero la indignación desatada fue espontánea.


El sistema de valores de la cultura islámica es diferente al occidental y no haberlo tomado en cuenta fue otro de los errores groseros de quienes creyeron que el insulto no generaría violencia. Si quienes publicaron las caricaturas de Mahoma inicialmente (Jyllands-Posten, Magazinet) pueden alegar que jamás imaginaron la reacción que desencadenarían, quienes lo hicieron en el momento álgido de la crisis no pueden decir lo mismo. Sin embargo, legalmente no es posible censurar previamente estas publicaciones. Los editores de las mismas revistas tenían en sus manos la decisión y sólo ellos sabrán si resultaba conveniente publicar las caricaturas en medio de lo enfrentamientos callejeros, las muertes, los reclamos diplomáticos, las amenazas a periodistas, el pánico de miles de europeos que residían o eran turistas en medio oriente a ser agredidos, el pánico a atentados como represalia. Quienes lo hicieron, deben hacerse cargo de sus responsabilidades ulteriores.


Mientras tanto, cabe recordar los estragos que causaron las caricaturas de Mahoma como una demostración de que los medios pueden actuar como un arma de doble filo: allí donde la libertad de expresión se pueda confundir con la provocación y el insulto, donde la libertad de prensa se olvide de la sensatez, las consecuencias pueden ser impensadas y salirse del ámbito del debate para convertirse en una verdadera crisis de dimensiones desproporcionadas.


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